Pandemias y libros

 Por Carmen Dolores Hernández

Plagas ha habido siempre. La ateniense del siglo V a. de C. contribuyó a que esa ciudad perdiera su preeminencia en el Peloponeso; la peste bubónica del XIV diezmó la población de Europa; la llamada gripe española -la peor pandemia de la historia- mató en poco más de dos años a unas 50 millones de personas. Todas se han reflejado en narraciones imaginativas, generando obras literarias que van de lo terrorífico a lo filosófico, desde el espeluznante cuento de Edgar Allan Poe, “La máscara de la muerte roja” hasta la escalofriante novela de Michael Crichton, “The Andromeda Strain”, pasando por “El sueño de la aldea Ding”, del chino Yan Lianke, sobre la epidemia del SIDA, o “Los días de la peste”, la claustrofóbica novela del boliviano Edmundo Paz Soldán.

Las novelas sobre pandemias suelen utilizar uno de tres recursos temáticos: la evasión, la descripción y la profecía de un futuro marcado por los efectos imprevistos del desastre. Un clásico literario, el “Decamerón” de Boccaccio (siglo XIV), sentó la pauta para lo primero. Cuenta cómo, en medio de la peste bubónica (así llamada por las bubas o ampollas que aparecían en la piel de los afectados), diez jóvenes florentinos -7 mujeres y 3 hombres- se refugian en una mansión fuera de la ciudad (¿”social distancing” medieval?), entregándose a la diversión para vencer el miedo. Para distraerse durante el espacio de diez días, cada uno debe contar un cuento por día. Así nació una de las obras más divertidas de la literatura occidental: pícara, diversa, humorística, reveladora de las costumbres sociales de la época y también de un lenguaje vital, coloquial, alejado de la solemnidad de los tratados más sesudos.

Las narraciones descriptivas abundan. Una, memorable, es “La peste” de Albert Camus, publicada en 1947. Describe una epidemia en Orán, ciudad de Argelia (Camus era argelino), mediante una crónica descarnada de los hitos terribles de la enfermedad, desde los primeros avisos nauseabundos (miles de ratas muertas), hasta los efectos repugnantes del mal (pústulas negras por el cuerpo, nudos en las ingles, una muerte horrible y dolorosa. La población -despreocupada al principio- va creciendo en aprehensión mientras las autoridades adoptan medidas de prevención tardías e insuficientes. Un médico – Bernard Rieux- lucha contra la peste, poniendo en riesgo no solo su salud sino su felicidad; un soldado de fortuna, Jean Tarrou, se le une, al igual que un periodista. No son héroes ni santos, sino hombres que responden al llamado de su común humanidad. Poderosa como pocas, la novela destaca las respuestas sicológicas, individuales y colectivas, ante un desastre de grandes proporciones: el miedo, las consecuencias del aislamiento social, las solidaridades e insolidaridades en medio de la crisis.

Ciencia ficción -generalmente futurista- y pandemia van juntas en aquellas novelas que presentan un mundo postapocalíptico con situaciones y escenarios improbables que adquieren verosimilitud gracias a la excepcionalidad instalada por la enfermedad. Así son la temprana “El último hombre” de Mary Shelley, “The Road” de Cormac McCarthy y “Apocalipsis Z” de Manuel Loureiro. Impresionante resulta “The Scarlet Plague”, de Jack London, el prolífico escritor estadounidense de ficciones sobre la relación entre hombre y naturaleza. Publicada en 1912, el protagonista de este relato situado en un futuro año de 2073 es un viejo sobreviviente de la terrible plaga que, según la narración, despuebla al mundo en el 2013, dejando solo un puñado de habitantes. Sesenta años después, ya nadie recuerda la civilización perdida. El viejo, que había sido profesor universitario, les cuenta a sus tres nietos -cuidadores de cabras que son salvajes e ignorantes- cómo era ese pasado. Ellos, sin embargo, no pueden entenderlo; ni siquiera comprenden las palabras mismas de sus descripciones. Se trata de una narración extraña e inquietante sobre el retorno -siempre posible- a la barbarie.

Ahora que nuestro modo de vivir se ha alterado (esperemos que temporeramente) por el coronavirus, comprendemos la fragilidad de las estructuras en las que se apoyan nuestras vidas. Y, mientras se restablece nuestra normalidad, podemos entretenernos con libros extraordinarios sobre las plagas, pestes, epidemias o pandemias terribles que en el mundo ha habido.

 

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