In Memoriam, Iris M. Zavala (1936-2020)

 

ernesto cardenal picEl pasado viernes 10 de abril falleció en Madrid, víctima del coronavirus, la Dra. Iris M. Zavala, una de las intelectuales puertorriqueñas más conocidas y reconocidas internacionalmente. Nació en Ponce en 1935 y cursó su educación primaria y secundaria en San Juan. Hizo estudios de Bachillerato en Artes en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y luego se trasladó a España e ingresó en la Universidad de Salamanca donde obtuvo su Licenciatura y su Doctorado en Filosofía y Letras. Como tesis doctoral presentó en el 1962 su estudio Unamuno y su teatro de conciencia que fue publicado posteriormente como libro y premiado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Para esa misma época publicó su libro de ensayos La angustia y la búsqueda del hombre en la literatura (1965).

Comenzó su larga y sobresaliente carrera docente como profesora de la Universidad de Puerto Rico y luego enseñó en prestigiosas instituciones europeas y americanas como el Colegio de México, la Universidad de Utrecht en Holanda, la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, la Universidad de las Islas Balerares, y la Universidad de Minnesota en los Estados Unidos. Ofreció, además, múltiples conferencias y seminarios en muchas otras universidades y centros de estudio de Europa, América Latina y los Estados Unidos.

La Dra. Zavala se distinguió en el campo de la sociología de la literatura y los estudios de género. Dirigió la obra pionera en seis volúmenes Breve historia feminista de la literatura española y entre sus muchos libros recordamos, además de los ya señalados, El bolero. Historia de un amor (2000); Románticos y socialistas (1971); Ideología y política en la novela española del siglo XIX (1971); El texto en la historia (1981); Romanticismo y costumbrismo (1989); La postmodernidad y M.Bajtin (1981); Rubén Darío bajo el signo del cisne (1989), publicado por la Universidad de Puerto Rico, y Masones, comuneros y carbonarios (1970). Siempre fiel a su isla e interesada en los asuntos de Puerto Rico, también fue coautora, junto con Rafael Rodríguez, de Libertad y crítica en el ensayo puertorriqueño (1973). Publicó, además, muchísimos artículos en prestigiosas revistas académicas internacionales.

Aparte de su labor crítica y ensayística, Zavala fue poeta y novelista. Entre sus obras de creación se encuentran las novelas Kiliagonía (1980) y Nocturna mas no funesta (1987) y sus poemarios Barro doliente (1965), Poemas prescindibles (1972), La escritura desatada (1974) y Que nadie muera sin amar el mar (1983).

Entre las muchas distinciones y galardones que mereció, se destacan la Medalla de Honor del Instituto de Cultura Puertorriqueña, el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Puerto Rico, el Galardón María Zambrano de la Junta de Andalucía, la Medalla de Oro del Ateneo Puertorriqueño, el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Málaga y la Cátedra de Estudios Latinoamericanos de la UNESCO en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Pese a que hizo la mayor parte de su carrera en el extranjero, se mantuvo siempre ligada a su isla y puso muy en alto la intelectualidad puertorriqueña dentro del mundo hispánico.

 

EPIDEMIA Y PANDEMIA: ETIMOLOGÍAS, ORTOGRAFÍA Y ALGO MÁS…

 

¿Sabías que, según el portal de la Real Academia Española (RAE), las palabras más buscadas en estos días en el Diccionario de la lengua española (DLE) son pandemia, epidemia, cuarentena, cuarentenar, confinar, confinamiento, hipocondría, asintomático?

¿Qué tienen en común la epidemia y la pandemia?
Ambos términos se refieren a una enfermedad que afecta a un gran número de personas durante algún tiempo; la diferencia fundamental estriba en la extensión territorial que alcanzan: la epidemia, suele limitarse a un país o región, mientras que la pandemia se extiende por muchos continentes, es decir, cruza fronteras internacionales, arropa buena parte del mundo.

Tanto los términos epidemia como pandemia, nos llegan del griego, (ἐπιδημία y πανδημία, respectivamente). En el caso de epidemia, llega al español a través del latín medieval, epidēmía). Comparten la misma base o elemento compositivo dēmos (<demia) que significa ‘pueblo’. Es también el caso de democracia que literalmente significa ‘gobierno, dominio o poder’ (cracia), del pueblo (demo); o demografía que el DLE define como el ‘estudio estadístico (grafía) de una colectividad humana (demo), en un determinado momento o en su evolución’, ya que el elemento compositivo grafía, también de etimología griega, significa ‘descripción’, ‘tratado’, ‘escritura’ o ‘representación gráfica’.

Evidentemente, los términos epidemia y pandemia se diferencian por el primer elemento compositivo. Epi, con valor locativo puede significar ‘sobre, encima’ como en epidermis (capa sobre la dermis de los vertebrados), epicentro (literalmente significa ‘sobre el centro’) o epiglotis (cartílago ubicado sobre la glotis que tapa la glotis en la deglución). Asimismo, epi- puede usarse con el sentido de ‘estar en o cerca de un sitio’, es decir, para referirse a ‘estancia en una población’, con valor temporal, como es el caso de epidemia.

Por extensión, el término epidemia también se utiliza para referirse a un ‘mal o daño que se expande de forma intensa e indiscriminada’ (DLE). Es afín con el sentido de 'algo que circula o se propaga entre la población', como el uso que se documenta en Sófocles para referirse a rumores.

Hipócrates denominó uno de sus tratados más famosos «Epidemias». Se trata de relatos de enfermedades vistas durante sus estancias en pueblos. Algo perfectamente acorde con la realidad de la época, en vista de que los médicos eran viajeros. Sin embargo, el mismo Hipócrates posteriormente utiliza el término epidemia en De natura hominis, ya no para referirse a su estancia o al relato de enfermedades durante su estancia, sino con el valor de ‘aparición y estancia de una enfermedad en una población’ (ver: dicciomed.usal.es), cónsono con el uso actual.

Si se trata de una enfermedad que alcanza la totalidad de la extensión territorial, es decir, ‘todo el mundo’, la lengua se vale del elemento compositivo pan que significa ‘totalidad’ y por ende pandemia se refiere a la enfermedad transmisible epidémica que se extiende por muchos continentes, es decir a ‘todo el pueblo’ (pan- 'totalidad' y dēmos 'pueblo'). Nos resulta muy familiar este recurso compositivo que utilizamos cuando nos referimos a los pueblos de América como panamericanos o nos valemos de la voz panhispánico para referirnos a la totalidad del mundo hispánico. De igual modo se justifica que se denomine panteísmo al sistema filosófico (-ismo 'doctrina', 'sistema', 'escuela' o 'movimiento') de quienes creen que la totalidad del universo (pan) es el único dios (gr. θεός theós).

El DLE define pandemia como ‘enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región’. En el portal de la RAE hace referencia a que se extiende por varios continentes.

¿Afectan las epidemias y las pandemias solamente a los seres humanos?
Técnicamente sí. La lengua posee términos que se apropian de elementos compositivos que resultan transparentes a los conocedores de las lenguas clásicas. Para referirse a las enfermedades que afectan una gran cantidad de plantas se utiliza el término epifitia (epi + fitia, del griego phyton que significa ‘planta’). Si se trata de enfermedades que afectan a una o varias especies de animales, lo denominamos epizootia. En este caso se sustituye el referente a la población, demos, por zōiótēs, de origen griego ζῳότης, que significa ‘naturaleza animal’. Según el DLE, la voz nos llega a través del francés épizootie.

¿Cómo se escribe?
De acuerdo con las recomendaciones publicadas en el portal de la RAE, la voz coronavirus se escribe en una sola palabra y con minúscula inicial si se usa como el nombre común del virus o, por metonimia, de la enfermedad. Su forma plural es invariable: Los coronavirus pertenecen a la familia Coronaviridae. Es igualmente de forma invariable la palabra virus, que en latín significa ‘veneno’ o ‘ponzoña’, de la que se derivan palabras como virulenta, virulencia. La voz coronavirus será incorporada al DLE en la próxima revisión.

En el caso de su acrónimo, al ser de reciente creación, aún no lexicalizado, la RAE recomienda su escritura en mayúsculas en todas sus letras COVID-19. Indica que solo si con el tiempo llegara a convertirse enteramente en el nombre común de la enfermedad, la escritura indicada sería en minúsculas, covid-19.

En cuanto a la pronunciación del acrónimo COVID, en el portal indica que en vista de que no hay una norma que determine cómo se acentúan prosódicamente los acrónimos en mayúsculas, por lo general, suele aplicarse el patrón acentual mayoritario para palabras con estructura similar. Así, lo normal es pronunciar [kobíd].

 

Pandemias y libros

 Por Carmen Dolores Hernández

Plagas ha habido siempre. La ateniense del siglo V a. de C. contribuyó a que esa ciudad perdiera su preeminencia en el Peloponeso; la peste bubónica del XIV diezmó la población de Europa; la llamada gripe española -la peor pandemia de la historia- mató en poco más de dos años a unas 50 millones de personas. Todas se han reflejado en narraciones imaginativas, generando obras literarias que van de lo terrorífico a lo filosófico, desde el espeluznante cuento de Edgar Allan Poe, “La máscara de la muerte roja” hasta la escalofriante novela de Michael Crichton, “The Andromeda Strain”, pasando por “El sueño de la aldea Ding”, del chino Yan Lianke, sobre la epidemia del SIDA, o “Los días de la peste”, la claustrofóbica novela del boliviano Edmundo Paz Soldán.

Las novelas sobre pandemias suelen utilizar uno de tres recursos temáticos: la evasión, la descripción y la profecía de un futuro marcado por los efectos imprevistos del desastre. Un clásico literario, el “Decamerón” de Boccaccio (siglo XIV), sentó la pauta para lo primero. Cuenta cómo, en medio de la peste bubónica (así llamada por las bubas o ampollas que aparecían en la piel de los afectados), diez jóvenes florentinos -7 mujeres y 3 hombres- se refugian en una mansión fuera de la ciudad (¿”social distancing” medieval?), entregándose a la diversión para vencer el miedo. Para distraerse durante el espacio de diez días, cada uno debe contar un cuento por día. Así nació una de las obras más divertidas de la literatura occidental: pícara, diversa, humorística, reveladora de las costumbres sociales de la época y también de un lenguaje vital, coloquial, alejado de la solemnidad de los tratados más sesudos.

Las narraciones descriptivas abundan. Una, memorable, es “La peste” de Albert Camus, publicada en 1947. Describe una epidemia en Orán, ciudad de Argelia (Camus era argelino), mediante una crónica descarnada de los hitos terribles de la enfermedad, desde los primeros avisos nauseabundos (miles de ratas muertas), hasta los efectos repugnantes del mal (pústulas negras por el cuerpo, nudos en las ingles, una muerte horrible y dolorosa. La población -despreocupada al principio- va creciendo en aprehensión mientras las autoridades adoptan medidas de prevención tardías e insuficientes. Un médico – Bernard Rieux- lucha contra la peste, poniendo en riesgo no solo su salud sino su felicidad; un soldado de fortuna, Jean Tarrou, se le une, al igual que un periodista. No son héroes ni santos, sino hombres que responden al llamado de su común humanidad. Poderosa como pocas, la novela destaca las respuestas sicológicas, individuales y colectivas, ante un desastre de grandes proporciones: el miedo, las consecuencias del aislamiento social, las solidaridades e insolidaridades en medio de la crisis.

Ciencia ficción -generalmente futurista- y pandemia van juntas en aquellas novelas que presentan un mundo postapocalíptico con situaciones y escenarios improbables que adquieren verosimilitud gracias a la excepcionalidad instalada por la enfermedad. Así son la temprana “El último hombre” de Mary Shelley, “The Road” de Cormac McCarthy y “Apocalipsis Z” de Manuel Loureiro. Impresionante resulta “The Scarlet Plague”, de Jack London, el prolífico escritor estadounidense de ficciones sobre la relación entre hombre y naturaleza. Publicada en 1912, el protagonista de este relato situado en un futuro año de 2073 es un viejo sobreviviente de la terrible plaga que, según la narración, despuebla al mundo en el 2013, dejando solo un puñado de habitantes. Sesenta años después, ya nadie recuerda la civilización perdida. El viejo, que había sido profesor universitario, les cuenta a sus tres nietos -cuidadores de cabras que son salvajes e ignorantes- cómo era ese pasado. Ellos, sin embargo, no pueden entenderlo; ni siquiera comprenden las palabras mismas de sus descripciones. Se trata de una narración extraña e inquietante sobre el retorno -siempre posible- a la barbarie.

Ahora que nuestro modo de vivir se ha alterado (esperemos que temporeramente) por el coronavirus, comprendemos la fragilidad de las estructuras en las que se apoyan nuestras vidas. Y, mientras se restablece nuestra normalidad, podemos entretenernos con libros extraordinarios sobre las plagas, pestes, epidemias o pandemias terribles que en el mundo ha habido.

 

La lengua en tiempos de la pandemia

 Profa. María Concepción Hernández García

En tiempos de globalización, las pandemias alcanzan proporciones globales. Lo impensable ha ocurrido, está ocurriendo: Los países más industrializados, los más avanzados tecnológicamente están experimentando un flagelo sin precedentes en los últimos cien años. Se han sometido a una prueba de fuego los sistemas de salud de estos países, la competencia de los organismos gubernamentales, la capacidad gestora de sus dirigentes, el sentido de responsabilidad y la paciencia de la mayoría de los ciudadanos, así como la efectividad de los medios de comunicación, la tan cacareada educación en línea y, englobándolo todo, la estabilidad de la economía.

En medio del pandemonio creado por la pandemia, la lengua permanece incólume, impertérrita demostrando su capacidad inagotable de responder a las necesidades comunicativas de los hablantes. También soporta los desmanes de no pocos usuarios, precisamente de los que, frente a un micrófono o ante una cámara, se proyectan como los portavoces de la información más exacta sobre la situación. Así como nuestra cotidianidad se ha visto trastocada en las últimas semanas, también nuestro léxico habitual sufre los embates de unos usos idiomáticos que, como el virus, son diseminados por políticos, periodistas, locutores y publicistas, que se esfuerzan en revestir, con palabras y expresiones insólitas, una información repetitiva, incierta e incluso, en algunos casos, amañada.

Proliferan en estos tiempos expresiones inauditas, posibles sí, tal vez impecables desde el punto de vista de la corrección morfológica y fonética, pero de difícil interpretación para la mayoría de los hablantes. Para empezar, se observa un afán desmedido por recurrir a expresiones metafóricas. Por ejemplo, en las alocuciones que periódicamente lleva a cabo el presidente del Gobierno español, repite, como un mantra, una frase hecha, que utilizó el ministro de Defensa, y que al Sr. Sánchez y a los miembros de su gobierno parece que les ha gustado mucho: “Moral de victoria”. Un sondeo muy superficial dejaría patente que, en su inmensa mayoría, ni los hablantes de mediana y avanzada edad, ni mucho menos los más jóvenes y adolescentes entenderían qué significa la tan repetida frase. Siguiendo con metáforas militares, la otra frase que no falta en los espacios informativos es el “enemigo invisible”, al que se enfrentan “héroes anónimos” (de vez en cuando y en aras de la corrección política, aparecen también “heroínas”), “héroes de bata blanca”, los que están en “la primera línea de combate”, en el “frente de batalla”; se habla también de “toque de queda”. Los enfermos que se recuperan son unos “guerreros". En el extremo opuesto, utilizando mayormente las redes sociales, hay otro tipo de emisores, los médicos y el personal sanitario que, sin metáforas ni paños calientes, denuncian la falta de recursos, usando el idioma de manera clara y directa, sin adornos y sin ambages, para que todo el mundo entienda: “Crisis en los hospitales”. “No tenemos mascarillas ni medios para protegernos del contagio”. “Hacemos turnos agotadores en condiciones deplorables”. “Está muriendo mucha gente”. “A veces tenemos que elegir a quién vamos a poner en un respirador y quién no”. “Estamos exhaustos física y moralmente”.

En otros casos, la intención persuasiva apela a sentimientos familiares: “Lo más importante para mí es la salud de mi pueblo puertorriqueño”, igual de tópico y falaz el contenido, pero más sencilla la envoltura para llegar a cierto tipo de público, que ve en el gobernante de turno, más bien de su partido, un padre/madre que daría la vida por salvar la de sus hijos, es decir, sus conciudadanos. Los periodistas y locutores de los programas informativos de televisión no están inmunes a la pedantería y a la exageración. En unas noticias de un canal local1 , se oyen expresiones tan exageradas como “la era del coronovirus” (¿Desde cuándo un periodo de varios meses es una ‘era’?); y el más difícil todavía en expresiones hiperbólicas: Hay pacientes que “han superado la muerte” (¡..!). Asimismo, parecen empeñarse los redactores de noticias en seleccionar términos de uso menos frecuente. El adjetivo ‘nuevo’, aplicado al virus causante de la pandemia, ha sido sustituido por el adjetivo ‘novel’, menos frecuente porque su significado es más restringido. Pero este hecho no parece importar a los “comunicadores”, que repiten incesantemente, como si de un epíteto identificador se tratara, referido al coronavirus: “virus novel” y “novel virus”. En una consulta rápida en cualquier diccionario, se encuentran las siguientes definiciones: ‘principiante, persona que comienza a practicar una actividad’ ; 1. adj. Que comienza a practicar un arte o una profesión, o tiene poca experiencia en ellos ; ‘que se estrena en una actividad’: ‹‹Marta lloraba, reía y suspiraba sola, como un padre novel en la antesala del paritorio›› (subrayado nuestro). En todas las definiciones, hay un elemento constante: ‘novel’ es un adjetivo referido a personas. ¿La personificación se añade, entonces a las metáforas e hipérboles?

1 Telenoticias 5 pm. Canal 2, 28 de abril de 2020.


Además de esta frecuencia anómala de figuras propias de la lengua poética en contextos comunicativos, el neologismo innecesario es otra forma de complicar el discurso, de sorprender al interlocutor, de persuadirlo de la elocuencia del emisor. El español ofrece al hablante unos mecanismos muy efectivos para la creación de nuevos términos, que, siempre que respondan a una necesidad genuina de comunicación, contribuyen al enriquecimiento léxico del idioma. No hay duda de que la derivación es el recurso más productivo para ampliar su léxico. Producto de la derivación es precisamente una palabra, acuñada por la cúpula política de España, que los medios de comunicación se han encargado de diseminar y, como el coronavirus, ya está llegando a este otro lado del Atlántico. Se trata del vocablo “desescalada”, neologismo formado por el muy productivo prefijo des-, que da lugar a una cantidad considerable de antónimos verbales y adjetivales: ‘ordenado’ / ‘desordenado’; ‘pegar’ / ‘despegar’. Sin embargo, ¡cuidado! no se puede crear un antónimo irreflexivamente y pretender que sea válido y aceptado, pues hay casos en que no es posible hacerlo, porque el resultado es semánticamente inviable. Se puede coser y descoser, pero nadie puede cocer un alimento y luego “descocerlo”, aunque no haya reparos con la morfología. Se puede ‘escalar’, ascender por una pendiente hasta llegar a la cima. Una vez lograda la acción, que conlleva voluntad, esfuerzo y la consecución de una meta o un objetivo trazado, sencillamente se regresa bajando por la pendiente, se desciende. En el argot de los alpinistas, una vez alcanzada la cumbre, se inicia el descenso, o ¿alguno de ellos ha dicho en alguna ocasión que ha “desescalado” el Everest?

2 Fundeu, BBV.
3 RAE
4 Diccionario panhispánico de dudas.


El uso metafórico de ‘escalada’ está aceptado en español . Sin embargo, el diccionario no recoge el antónimo “desescalada”. La RAE, en principio, tampoco la aceptó, aunque parece haber cambiado de opinión. El problema se complica cuando el uso y el significado que se da al neologismo no son simétricos con la palabra base ‘escalada’, referida al aumento diario del número de personas contagiadas. Y es lógico que no se usen los términos ‘escalada’ ni ‘escalar’ porque el español cuenta con palabras para hacer referencia a un virus o a una enfermedad, palabras de uso común y, por ello, fácilmente comprensibles por los hablantes: “Se incrementa el número de casos”. “Se propaga rápidamente”. “Se acelera el ritmo de contagio”. “Aumenta la cantidad de contagiados”. “Se eleva la curva de contagios”.

5 DRAE, escalada 3. f. Aumento rápido y por lo general alarmante de algo, como los precios, los actos delictivos, los gastos, los armamentos, etc.


Pues bien, si no se ha usado el término ‘escalada’, ¿por qué usar ‘desescalada’? Este “palabro”, como lo califican algunos medios electrónicos, además de objetable, es totalmente innecesario, ya que, lejos de contribuir a la claridad e inmediatez de la comunicación, confunde al público no solo por su forma sino también por su contenido. Algunos medios de comunicación más cautelosos y cuidadosos con el uso del idioma manifiestan sus reservas marcando con comillas la palabra “desescalada”. Contrario a lo que su morfología puede sugerir, el neologismo nada tiene que ver con descensos, ni bajadas. Se refiere a poner fin a una cuarentena, que, siguiendo en la línea de adjudicar a las palabras unos significados que no tienen, no se trata de un aislamiento que dura cuarenta días, pues en principio se decretó una cuarentena de dos semanas; ahora la cuarentena sobrepasa la cincuentena. Esta cuarentena no fue ‘escalonada’, sino que se decretó un día y, al día siguiente, el país estaba paralizado: los ciudadanos encerrados en sus casas; las escuelas, instituciones educativas y universidades cerradas; las oficinas cerradas; los centros comerciales y las tiendas, cerrados; los vuelos suspendidos; las carreteras con controles; en algunos lugares, ha habido incluso un cierre de fronteras. Tales medidas de control se aplicaron de forma inmediata y total. Se impusieron al punto, a golpe de decreto, de orden ejecutiva. Entonces, es lógico pensar que lo que se cierra, se abre. Cualquier hablante es capaz de relacionar los pares de antónimos: ‘abrir’ / ‘cerrar’. Ahora bien, los comunicadores que controlan la difusión de noticias sobre la pandemia, han preferido establecer una equivalencia entre ‘cierre’ y ‘desescalada’. ¿Por qué no se habla de levantar paulatinamente las medidas de restricción de movimientos exigidas por el estado de emergencia? ¿Por qué no decir que se reactivará gradualmente la economía? ¿Por qué no anunciar que los trabajadores se reintegrarán por sectores a sus puestos de trabajo? ¿Por qué no comunicar claramente al público que se va a ir recuperando poco a poco la actividad cotidiana? ¿Por qué no llamarlo una vuelta progresiva a la normalidad? Porque son mensajes demasiados claros y directos y parece que la consigna es complicar y oscurecer el mensaje que se quiere trasmitir. Una vuelta de tuerca más, en palabras del presidente Sánchez: En España, el “horizonte de la desescalada” se prevé para mediados de mayo.

Otro ejemplo, de morfología similar, es “desconfinamiento”. A la RAE llegan consultas de hablantes prudentes, sorprendidos por esta avalancha de términos inusuales, entre ellos “desconfinar” y “desconfinamiento”. La respuesta que, mediante un tuit da la RAE, es que “son derivados correctamente formados para aludir al proceso inverso al que expresan ‹‹confinamiento›› /‹‹confinar››, aunque no sean de uso habitual” (subrayado nuestro). No, no son de uso habitual. Es difícil encontrar un ejemplo de “desconfinar” o “desconfinamiento” en los medios de comunicación, antes de la declaración de la pandemia. En Puerto Rico, es muy frecuente el término “confinado”, referido a la persona que se encuentra en prisión. Los confinados, cuando cumplen su sentencia, “salen libres”, “son liberados”, “son excarcelados”, “vuelven a la libre comunidad”, pero nunca “son desconfinados”.

Aunque la ‘desescalada’ y el ‘desconfinamiento’ son ejemplos llamativos, no son los únicos de usos fuera de lo común que se registran en estos tiempos de pandemia. La amenaza a la salud de este virus, de momento incontrolable, ha obligado a tomar unas medidas de seguridad, que han dado lugar a expresiones más o menos aceptables desde el punto de vista idiomático. En el español de las dos orillas, se ha acuñado la expresión “distanciamiento social”, para referirse a la necesidad de guardar una distancia segura entre las personas para evitar el contagio. Cualquier hablante de español sabe que ‘distanciamiento’ y ‘distancia’ no son vocablos idénticos, ni en su forma ni en su contenido. Distanciamiento se refiere a la acción y efecto de distanciarse, es decir, apartarse, separarse; mientras que la distancia se define como “espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos” . Sí hay un distanciamiento social cuando la gente permanece encerrada en su casa, sin acudir a actos sociales, sin socializar, es decir, sin hacer vida social. Sin embargo, la medida de protección que han dado en llamar ‘distanciamiento social’ se refiere a la precaución de mantener una distancia interpersonal, no social.

6 @RAEinforma 21 de abril. 2020.

En conclusión, en el distanciamiento social que nos impone la cuarentena en confinamiento, ante la escalada de usos y significados inéditos de palabras que no sabíamos ni que existían, debemos procurar distanciarnos de los medios. A fuerza de repetir lo mismo, de exagerar, de rebuscar expresiones sorprendentes, los “comunicadores” pueden hacernos perder la paciencia, hacernos dudar de nuestra capacidad de comprender los mensajes que nos trasmiten, hacernos temer que se nos esté olvidando el español, como efecto secundario del aislamiento, cuando, al escuchar las declaraciones que se dan en las ruedas de prensa, nos preguntamos atónitos: ¿Qué es lo que ha dicho?

De acuerdo, en tiempos de pandemia, hay que ser extremadamente cuidadoso para preservar el buen estado de salud, pero también el buen uso del idioma.

 

San Juan, 28 de abril de 2020

 

 

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